1984. 34 años después de
la muerte de Orwell
Sin duda, uno de los libros más referenciados en la
literatura universal es la distopía orwelliana por excelencia: 1984. De lectura
obligada en ciertos colegios y en cientos de foros, es el verano una buena época
para saldar la deuda con este libro tan peculiar que puede perfectamente ser
encuadrado en el género de la ciencia-ficción a pesar de tratarse de una
alegoría o metáfora de un mundo vivido o por vivir al que parecía avocada la
humanidad en aquellos años en los que fue escrita.
Para leer 1984 parece imprescindible sumergirse en la
biografía de Orwell. Resumiendo de modo, esperemos que eficaz, debemos señalar
que George Orwell es el pseudónimo de Eric Blair, un trotamundos nacido en la
India que ejerció de novelista, periodista y ensayista, destacando en las tres
categorías, razón más que suficiente para ocupar el puesto de honor que posee
en la literatura. Su obra refleja en cierto grado la traducción de experiencias
vitales en las que participó como actor. De ese modo se puede entender que Los
días de Birmania, (1934) fueran escritos con la influencia de su
experiencia como policía británico de ultramar. La aventura, su propia vida,
tomaría como nuevo telón de fondo Europa, y en concreto Inglaterra a donde
regresó para ejercer el magisterio en el ámbito rural, escribiendo sobre el
ejercicio de la docencia, la clase obrera y la explotación: Sin blanca en
París y Londres (1933), La hija del clérigo (1935), Que no muera
la aspidistra (1936).
No debe pasarnos desapercibida la fecha de 1936, año de
inicio de la Guerra Civil española. Tampoco le pasó desapercibida a un Orwell
comprometido con la causa republicana, quien no dudó en formar parte del
ejército de esta facción política como forma de combatir el fascismo que tanto
detestaba. El traslado al papel de su experiencia en el conflicto fraticida queda
reflejado en obras tales como El camino a Wigan Pier (1937) y Homenaje
a Cataluña (1938). Se trató del acicate para anticipar, o al menos dibujar
una visión pesimista del mundo que le tocó habitar. Subir a por aire
(1939) coincide con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, durante la que
colaboró como reportero de la BBC y los diarios Tribune y Observer en los que
alcanzó la fama que, en cierto modo, nos trae al presente artículo. Antes de
pasar a comentar la que es considerada su obra cumbre, 1984, no podemos
obviar el impacto y trascendencia de otra de sus obras, Rebelión en la
Granja (1945), pero esa ya es harina de otro costal…
1984 es una distopía, ya lo hemos dicho. Estemos o no de
acuerdo en esta clasificación, se trata de un libro muy interesante en el que
aparece la figura del Hermano Mayor, o Gran Hermano, que todo lo controla y que
tanto juego ha dado a la televisión en la elaboración de programas que de un
modo u otro han desvirtuado el concepto primigenio, pues Orwell identificó su
identidad con la del propio Estado, el encargado de velar por el bienestar de
todos, de vigilarlos a todos y controlarlos del mismo modo que lo haría una
cámara colocada en el cerebro de cada ser humano. Es cierto que este último
tipo de control, quizás el más eficaz, es el único que no consigue implantar el
Hermano Mayor, un líder con bigote que, teniendo en cuenta el momento en el que
se escribió la obra, todos los expertos identifican con Stalin. El mundo
occidental de influencia anglosajona resultante del reparto del mundo tras el
segundo conflicto mundial es denominado Oceanía, quizás para dar protagonismo a
este quinto continente ninguneado en la historia, en el que, paradójicamente,
tuvieron lugar batallas históricas que han trascendido a sus propios nombres.
En contraposición, Esteasia y Eurasia parecen poseer más que un simple
paralelismo con China y Japón, y Rusia respectivamente, y eso que China estaba
en otras cosas aquellos años. Los ingredientes para dibujar un cuadro
geopolítico que inevitablemente se terminaría tatuando en el mapa del mundo
hacen de la obra de Orwell un documento muy valioso no solo en su planteamiento
sino por su capacidad de predecir un futuro, que en algunos aspectos parece
calcado al descrito muchos años antes en una novela bien escrita por un
escritor que no escatimó nunca en imaginación a la hora de componer su epopeya.
Es por ello que la discusión en torno a 1984 sigue estando de actualidad aun
cuando dicho año quedara en el recuerdo a pesar de haber sido imaginado como
futuro en el que se desarrollarían muchos hechos que se han materializado más
tarde.
Los orígenes hindúes de Orwell están relacionados con el
desempeño laboral de su padre, revisando que la producción de opio de la que
Gran Bretaña gozaba de los derechos de explotación y comercialización fuera
óptima. No sabemos a ciencia cierta si el joven experimentó los efectos de la
terapéutica droga pero podría decirse que las opiniones vertidas sobre el papel
son de todo menos indolentes. Tampoco parece que su escritura fuese elaborada
bajo los efectos sedantes de la flor de la amapola. Orwell se adelanta a su
tiempo y crea un mundo que a día de hoy no nos parece pasado. La adopción de su
en adelante nombre artístico, George Orwell, tuvo lugar en 1933, tras la
publicación de su primera novela, razón por la que podemos trazar una línea que
separe el antes y después en la producción y pensamiento de aquel cuya voz
estaba destinada a formar parte del grupo de las más lúcidas y originales del
siglo XX.
Y así llegamos a 1984, su última novela, publicada en 1949,
un año antes de su prematura muerte. Estudiosos de la obra de Orwell como
Thomas Pynchon ponen el acento en Rebelión en la granja como antecedente
necesario de 1984 e incluso se atreven a afirmar, basándose en declaraciones
del autor, que será 1984 consecuencia del éxito de la previa, pues son muchos
los que ya advirtieron con la lectura de la primera una analogía más que
evidente con la Revolución Rusa. No es de extrañar que su público comenzara a
buscar similares analogías de nuevo y Orwell se lo pone fácil en forma de
Hermano Mayor bigotudo. Menos evidente a primera vista (o lectura) es la
analogía del inolvidable Goldstein, protagonista de las Jornadas del Odio, con
Trotsky. Si bien el libro se puede leerse de tantas formas como lectores haya,
parece indiscutible que la política será difícil de desligar de cada frase, de
cada giro, de cada afirmación o de cada negación.
Pynchon realiza con acierto la aproximación de los supuestos
“lavados de cerebro” llevados a cabo por el régimen comunista durante la Guerra
de Corea (1950-53) con la imposición ideológica descrita en la novela, aunque
no hay que olvidarse que 1984 fue escrita un año antes de que esta guerra
comenzase. ¿Se trata, pues, de un manual ideológico cuyo guante recogió alguien
para llevarlo a la práctica? Parece improbable, aunque no imposible. Más bien
se trata de otro ejemplo de la lucidez de ideas de Orwell para imaginar hipotéticas
ideas que podrían llegar a ponerse en práctica y que, de hecho, parece que
llegaron a utilizarse. Los medios de comunicación pueden interpretarse en
cierto modo como vías para llevar a cabo el lavado de conciencia e implantación
ideológica, práctica que, lamentablemente, seguimos observando a día de hoy. Es
entonces cuando debemos tomar conciencia que muchas de las cosas que se narran
en la novela, fueron imaginadas por el autor y que, o bien fueron recogidas por
otros o bien surgieron, digamos que de modo sincrónico, en la mente de más de
un adelantado a su tiempo.
Las pantallas que controlan las actividades de los ciudadanos
y que interactúan con ellos, a veces reprendiéndoles o llamándoles la atención,
guardan tanta similitud con las pantallas de televisión inteligentes del siglo
XXI que parece un acto de visualización temporal el haberlas imaginado. ¿Podría
tratarse de un ejercicio de videncia? 1984 es una obra profética y la polémica
queda servida para deleite de literatos, expertos o de los simples lectores.
Por otro lado está el tema de los sentimientos. ¿Realmente
deben suprimirse para que el control sobre el individuo sea total? Parece ser
que sí. La supresión de afectividades resulta cómoda para el manipulador y
frustrante para el que la padece, hasta que deja de padecer. La castidad,
incluso la castración o ablación pueden conseguir que el acto sexual se
convierta en un acto de procreación destinado a engrosar las filas de adeptos
al régimen, sobre el que cae indefectiblemente la obligación de velar por sus
hijos, aunque sea de un modo punitivo.
Winston Smith, el protagonista de circunstancias, decide
desobedecer las normas dictadas por el régimen imperante y lo hará buscando los
puntos débiles del sistema, más implantados en las clases bajas, a las que se
de por supuesto que no tienen capacidad para rebelarse o están más que
trabajadas para que sus ansias de libertad sean frenadas antes de que la
situación se desborde. Parece lógico que encontrar la liberación, aunque sea
pasajera acudiendo a los bajos fondos sea la solución, pero hasta esa opción
está prevista. Winston se basa en las miradas para catalogar a las personas y
para jugar a identificar a aquellas que, como él, no se alinean con lo que el
Hermano Mayor ha dispuesto para el bien común. Se trata de descubrir a la
“resistencia”, si es que existe, pero es un ejercicio peligroso e incluso
inútil. La burla de las normas se paga cara, incluso con la muerte, A Winston
le costará un lavado de cerebro pero, ¿habrá valido la pena? Su breve historia
de amor con Julia será la clave para encontrar la respuesta.
Hemos hablado del menosprecio de la clase baja, la cual
podríamos correlacionar con la obrera, con la cual Orwell se relacionó en su
etapa de profesor. Conocida la deriva de la Segunda Guerra Mundial, el autor no
descartaba la resurrección de los ideales fascistas tras el fin del conflicto;
ésta podría corresponderse a cualquiera de los bloques que saldrían victoriosos
pues el ser humano, si de algo puede alardear es de su deshumanización, de sus
ansias de poder y de su intención de liderazgo y supremacía sobre aquellos que
considera inferiores. Oceanía podría perfectamente corresponderse con
cualquiera de los bloques triunfantes sumidos en una eterna lucha por el poder
que solo podría ser respondido por el levantamiento de la clase inferior: la
historia es cíclica y Orwell no renunció a proclamarlo en forma de metáfora.
En cuanto a su antisemitismo… la figura de Goldstein parece
relacionarse más con la figura de Trotsky que con la de cualquier judío real
sobre el que descargar todo el odio acumulado. Si estudiamos la trayectoria de
Orwell, no hay referencias a este sentimiento que, de hecho parecía no ir con
él. Se trata de un recurso literario, e incluso histórico en el que el
holocausto no es utilizado sino la figura de un solo judío ¿casualidad?
1984 alcanza el rango de epopeya futurista con un grado de
acierto difícilmente imaginable en 1949. Queda plantearnos qué otros retos se
hubiese marcado su autor de haber sobrevivido a sí mismo pues la senda iniciada
con Rebelión en la granja y continuada con 1984 bien podría
haberse completado con otros libros que desgraciadamente nunca vieron la luz en
los cuales podrían haberse aventurado conflictos futuros, hoy presentes,
guerras de religión o avances científicos que situaran al visionario a la
altura de Julio Verne o de Leonardo da Vinci, aunque, haciendo justa
distinción, ninguno de los anteriores hace desmerecer a Orwell en su capacidad
de adelantarse a los tiempos y ser un autor actual.
Llegados a este punto se hace necesaria la lectura de 1984
y se comprende cómo dicho título se incluye con tanta frecuencia entre las
lecturas obligatorias de aquellos que deben empezar a plantearse preguntas y
conocer cómo se hace una buena metáfora realista de la historia pasada,
presente y futura.
Artículo de Francisco Javier Torres Gómez