Hay libros que desprenden magia desde el mismo momento en que son exhibidos en un escaparate. Esa magia puede desaparecer, o no hacerlo al descubrir cada uno de los secretos que se desvelan al recorrer sus páginas. Es precisamente esta incógnita la que me ha llevado a hablar de un libro cuya cuidada edición llamó mi atención desde aquel otro lado del cristal, invitándome a descubrir, y vivir, con los personajes que habían sido creados para mi regocijo.
Aquel
rostro lleno de misterio tallado a lápiz sobre el papel, a medio vestir con los
colores de acuarela, me miraba, como también lo hacía con cada uno de los
viandantes que se paraban a cruzar sus miradas con ella. Se llamaba Flora, o
puede no tuviera nombre y que con la lectura yo la hubiese bautizado, y eso que
no podía apreciar el color rojizo de su cabello ni su tez nívea; tan solo su
rostro frágil colmado de juventud, el color de uno de sus ojos o la suave
textura de sus labios.
El
segundo atractivo era mostrado en forma de título, inquietante, o exótico, pues
si pensamos en Tánger no traemos a la mente la niebla como reclamo, y sin
embargo… Niebla en Tánger es un título sugerente, preciosista,
envolvente y generador de interrogantes.
No
bastaba con saber que la novela había alcanzado el privilegio de ser nominada
finalista en el prestigioso Premio Planeta en la edición correspondiente al año
2017, pues la experiencia entiende de sabores y no todos los títulos premiados
dejan el mismo regusto en el ajado lector. Las novelas son para leerlas; ni
siquiera regalarlas parece un fin suficientemente digno si el final del camino
de la concatenación de letras es diferente al de la mera lectura.
Niebla
en Tánger es un libro que debe ser regalado pero, sobre todo, y obligatoriamente,
debe ser leído, y de este modo entenderemos cómo la autora intenta y consigue
introducir una historia en otra de mayores dimensiones con la misma receta con
la que combina realidad y ficción. El resultado no puede ser otro que una obra
redonda en la que los personajes nos van calando hondo y el abismo temporal
manejado con pericia se resume en el desenredo de la madeja que ha ido
perdiendo volumen conforme la trama llega a su fin, habiendo calmado las
inquietudes y preguntas del lector con una cadencia perfecta.
Cualquiera
que haya visitado Tánger podrá afirmar que no es esta la ciudad protagonista,
sino un bello telón de fondo en el que enmarcar la acción de los personajes. Niebla
en Tánger no es un fenómeno meteorológico sino el título de una novela que
muestra tal paralelismo con la realidad, que hace dudar al lector, y ese es
precisamente su éxito.
Paul
Dingle debe de desaparecer entre la niebla del puerto de Tánger en la
Nochebuena de 1951 para que todo lo que después acontece comience a suceder.
Puede que sea la noche de amor con Flora en la Gran Vía de Madrid el verdadero
eslabón principal de la cadena de acontecimientos, o puede que sea Bella Nur la
que guarde la llave maestra de la historia. Mientras, conoceremos a Samir, a
Armand y a Deidé quienes, de un modo u otro, dotarán a la trama de consistencia
y verosimilitud.
Niebla
en Tánger es una novela de amor, pero también lo es de desamor, de
encuentros y desencuentros, de verdades y mentiras, de misterio y aventuras, y
de dolor…
No
es la primera vez que me encuentro con una novela en la que el estrecho de
Gibraltar permanece expectante ante el curso de los acontecimientos. En fechas
recientes hice referencia a la novela Crímenes en el Estrecho, de Ruth
Lladó. En dicha ocasión la acción transcurría principalmente en Algeciras
durante las conferencias en relación el Asunto de Marruecos en 1906. En esta
ocasión la narración nos sitúa en la otra orilla, en una Tánger internacional
aún no perteneciente a un Marruecos independiente, si bien la autora hace
guiños al proceso, sin distraer, pero de modo efectivo.
Cristina López Barrio no es una autora primeriza ni Niebla en Tánger es su ópera prima. Estas dos circunstancias permiten disfrutar de una historia madura, preciosista y amena que continúa la senda iniciada por otros títulos tales como La casa de los amores imposibles, título que le valió en 2010 un premio a autora revelación, el libro de relatos El reloj del mundo (2012), El cielo en un infierno cabe (2013) y Tierra de Brumas (2015). No obstante, en Niebla en Tánger utiliza su poder de engaño para trasladarnos a las entrañas de un libro y todos nos convertimos en actores involuntarios de cada pasaje.
La ciudad rifeña se viste de gala pero estas solo se vislumbran a través del viento y la bruma que cubren no solo el puerto sino que el Zoco Chico y los grandes bulevares permanecen cobijados por los intermitentes claroscuros que anteceden al temporal de sensaciones que ha sido preparado a conciencia y que pretende atraparnos. Los banalitos se encuentran preparados para una pretérita Nochebuena y el sonido de una darbuka reverbera en los rincones de cada callejuela en las que conviven en armonía las tres principales religiones monoteístas, y la novelista evita describir conflictos lanzando un mensaje oculto en el que entendemos que la paz sí es posible.
Lejos quedan los
problemas de inmigración que hoy son portada de noticieros, y agradecemos este
alejamiento de los dramas presentes para fijar nuestra atención en aquel que
vive Flora, la pelirroja en la que nos hemos convertido y a la que acompañemos
hasta que la trama muera resolviendo los interrogantes planteados mientras nos
deja un buen sabor de boca.
Sin duda, Niebla en Tánger es una novela que debemos leer. En cada uno de los futuros lectores está la elección de hacerlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Recuerda visitar nuestra política de privacidad. Esperamos tus comentarios